Con
mucha cautela me agachaba para apoyar el bate en el piso y coger las patas de
la silla. Tan nervioso estaba que ni siquiera padecía la herida de la pierna.
El tiempo tirano me jugaba en contra. Usando toda mi fuerza lanzaba la silla
sobre la mesa. Rita aleteaba, espantada. Reaccionaba o terminaba lastimada. Despavorido
corría hacia el hall de entrada. No quería mirar hacia atrás, primero tenía que
salir de aquella casa desgraciada. La moto seguía estacionada. Desesperado
buscaba ponerla en marcha. Si no arrancaba podía lamentar una tragedia. ¡Dios
Santo, funcionaba! Unas gotas de sudor recorrían mi cara. La puerta de salida permanecía
abierta. Volteándome veía a la paloma, volando en mi dirección como un águila. Metros
atrás los drones acortaban distancia. Salíamos de la casa. La avenida estaba
plagada de arañas mecánicas. Maniobrando evitaba pisarlas. Rita me escoltaba. Para
incrementar la velocidad tenía que agarrarla. Estirando mi brazo lograba sujetarla.
Si la apretaba demasiado podía lastimarla. Para evitarlo la metía en la
cestilla que había atado al manubrio. Los drones no nos perdían pisada, pero
había salvado a mi buena camarada.