Arremangadas
las mangas de la camisa, destrababa la puerta para adentrarme en lo que
efectivamente resultaba siendo un pasillo. Estaba desolado. No había plantas,
ni cuadros ni sillas de ruedas. Vaya confusión, tenía que elegir para qué lado
ir. Como mi herida estaba en el muslo derecho, hacia ese lado iba, a paso lento
y con los nervios a cuestas. Mi mente inquieta me mantenía alerta. Había que
estar en ese lugar, rodeado de máquinas dispuestas a destriparme. En mi mano
derecha llevaba el bate. Tras superar cinco puertas cerradas, todas numeradas,
arribaba a las puertas corredizas de un ascensor. Tocaba la botonera de
exteriores. Con el correr de las puertas irrumpía en mi espera una araña con
inteligencia artificial. El miedo me paralizaba. Sin embargo mi bate terminaba
machacándole la cabeza, o lo que esa cosa tuviera. Había aniquilado otra araña mecánica
pero no sabía qué hacer: si llevarla a la oficina o en cambio abandonarla en el
ascensor. Notando mis ojeras en el espejo del elevador, aferraba mis manos a su
cuerpo para arrastrarla y esconderla en la oficina que poco antes había
posibilitado el ingreso al hospital. Después de todo no pesaba demasiado y ya
podía descansar en paz. Eso si, mi muslo herido pedía a gritos un poco de
piedad.