sábado, 23 de enero de 2016

DRONES, LA INVASIÓN (EPISODIO #34)


Los drones malvados habían derruido buena parte de mi techado. Por suerte contaba con la hospitalidad de un sótano resistente, sino hubiera tenido que mudarme a un hogar desconocido o dormir a la intemperie, con todos los riesgos que eso implicaba. Ganas de irme no me faltaban. Uno siempre añora vivir en libertad. ¿Tienen una idea de lo que para mí significaba caminar por una vereda acariciado por la sombra de los árboles? Ya había perdido la cuenta de todos los días que llevaba en el sótano, encerrado en una jaula cual canario devenido en mascotita. A semejante confusión súmenle mi creciente preocupación por un accidente que había sufrido durante la mañana, que para males había terminado abriéndome una herida en el muslo derecho. Se estaba infectando, no contaba con gasas ni elementos que pudieran sanarla. Había querido dirigirme al baño en el preciso momento en que un drone sigiloso circulaba por la planta baja a pocos metros de mis orejas, no teniendo mejor idea que arrojarme sobre la superficie polvorienta del pasillo que conducía al living-comedor, cayendo sobre un hierro retorcido que poco antes servía de cimiento. Si la herida empeoraba tenía que acercarme al hospital. Contaba con una moto eléctrica en buen estado. Encima una fiebre maldita elevaba mi temperatura corporal. Tal vez podía trasladarme cuando anocheciera, momento sagrado del día en que esas cosas parecían descansar. ¿Descansaban? No lo sabía pero cada vez que la noche caía, volvía un poco la paz. Quizá podía aprovechar la luna nueva. Mi moto eléctrica era bastante silenciosa. Por cierto prefería morir combatiendo contra las máquinas con inteligencia artificial.