domingo, 24 de enero de 2016

DRONES, LA INVASIÓN (EPISODIO #39)


Con mucha cautela había logrado rodear el establecimiento hasta encontrar una ventana a medio cerrar en la parte trasera del hospital. Me había sentado en la silla reclinable de una oficina, frente a un escritorio que tan solo albergaba un velador. Lo encendía. Después de mucho tiempo volvía a contemplar el poder de la electricidad. La habitación medía unos quince metros cuadrados. Casi no había muebles, más allá de una biblioteca, repleta de libros. La puerta de salida estaba cerrada. Sin embargo cualquiera podía abrirla, era por eso que la había trabado con tanta ansiedad. Una ventisca pasajera atravesaba la ventana y masajeaba mi nuca. Necesitaba una gasa, un jabón quirúrgico y algún que otro antiséptico que salvara mi pierna de una gangrena. También analgésicos que calmaran mi dolor de cabeza. No quiero mentirles: no me atrevía a traspasar la puerta que suponía debía conducir a un pasillo. El bate descansaba en mi regazo. Rita me esperaba desde la casa vecina. No podía traerla conmigo. En silencio me concentraba para incorporarme y desafiar aquellos miedos implacables que me impedían avanzar.