Las ojeras me
manchaban la cara, tenía que descansar pero para conciliar el sueño necesitaba
sentirme seguro. Era por eso que instalaba un ingenioso sistema de alarma en
los escalones que conducían al sótano: varias tanzas de pesca deportiva,
estratégicamente repartidas a lo largo y ancho de la escalera, de las cuales
colgaban las campanillas que mis abuelos coleccionaban y luego pasaron a ser un
bien de familia. No tenía luz, no contaba con dispositivos tecnológicos, pero mi
imaginación seguía viva.