El tronco de
un árbol me resguardaba de las fuerzas malignas de la araña, que para mi suerte
no había advertido mis deseos de aniquilarla. La oscuridad ennegrecía las
veredas de toda la cuadra. Echándole una mirada impetuosa de reto, la maldecía
en silencio, ya no toleraba sus comportamientos. Estaba asustado pero mi
espíritu combativo me motivaba a atacarla. Rita era sagrada, y sin la moto no
había regreso. Uno, dos y tres pasos me bastaron para sorprenderlo con tres
batazos. El aparato se había desplomado. Esta vez no tenía sentido enterrarlo.
La puerta de acceso estaba abierta. Tenía que atravesarla, rescatar a mi
compañera, poner en marcha la moto y bien rápido volver a casa. Un drone
maldito se había adentrado pero no me importaba, me sentía lo suficientemente
fuerte como para poder desafiarlo.