sábado, 2 de enero de 2016

DRONES, LA INVASIÓN (EPISODIO #13)


Tres días enteros me habían bastado para decidir mi retorno a la calle. Se suponía que no había quedado nadie. No estaba errado, la ciudad era un desierto. Imaginen el pueblo donde viven, sin nadie a la vista, ni siquiera un puto drone. Cual aprendiz de pirata trasladaba la paloma en mi hombro izquierdo. A propósito mi compañera se llamaba Rita. Recorriendo la plaza me detenía bajo la sombra inmensa de un árbol frondoso. Me quitaba el pantalón. Se me había antojado caminar en ropa interior. Juro que lo disfrutaba. Tal vez necesitaba sentirme diferente. Cruzada la plaza arribábamos al supermercado. La puerta de acceso estaba cerrada. En la vereda había una piedra. ¡Crash!, la puerta corrediza en cristal templado era cosa del pasado. Todas las góndolas me pertenecían. No había cajeras. Tampoco tipos musculosos que me echasen a patadas. No necesitaba dinero. Tampoco tarjetas de crédito. Saciaba mi sed con Coca Cola. Comenzaba una y de inmediato destapaba la otra, sin siquiera terminar la primera, y comía cualquier cosa, sobre todo productos que no necesitaban frío. Las migas las compartía con Rita. Éramos felices. No me importaba robar, los tiranos nos habían saqueado las esperanzas.