miércoles, 20 de enero de 2016

DRONES, LA INVASIÓN (EPISODIO #30)


Se acercaba la navidad y yo seguía aislado. Más que celebrar el nacimiento de Jesucristo me importaba salir a la calle, caminar por una plaza o dejarme llevar por una brisa cálida hasta que mis piernas dijeran basta. Pasar los días en el sótano me mortificaba demasiado. Me sentía un presidiario, en una celda claustrofóbica, ni siquiera podía salir al patio, a no ser para enterrar aparatos cuando la noche caía y los drones no podían causarme daño. La lombriz había dejado un hoyo en el suelo del sótano. Con una heladera en desuso había logrado taparlo. Me las arreglaba con poco. En mi garaje estaba la moto eléctrica, contaba con suficiente energía como para trasladarme varios kilómetros. En una mochila había metido varios objetos que podían resultarme útiles en caso de necesitarlos. Ya no sabía lo que el destino podía depararme, motivo por el cual tenía que estar preparado para todo. Por cierto estaba un poco paranoico. Hasta me costaba defecar, cada vez que apoyaba las nalgas en la tabla del inodoro alucinaba con bichos extraños circulando por las cañerías en busca de mi ano. Era muy difícil mantener la calma. Mi barba había crecido demasiado. El cabello ya sobrepasaba mis hombros. Parecía un mono. Tenía una tijera pero no me importaba embellecer el rostro, me preocupaba tener que padecer el encierro dentro del sótano. Ya casi no me quedaban uñas en los dedos de las manos.