Eran las diez
de la mañana, sin embargo se acercaba la noche, porque el cielo se estaba
cerrando, miles de drones cubrían los rayos solares y me echaban su sombra en la
cara. Chivilcoy parecía atrapado por un agujero negro del espacio. Mirando por
la ventana no hallaba un alma en la calle. Hasta las cucarachas habían
desaparecido, y eso que han convivido con los dinosaurios. Los drones malparidos
acaparaban nuestro horizonte. Extrañamente tenían alas flexibles, como halcones
voraces. No más de cien metros me aislaban de sus extremidades. Su ruido a
turbinas era ensordecedor. A esa altura de los hechos, los únicos privilegiados
eran los sordos. No me atrevía ni a pisar el patio. ¿Tan insignificantes éramos
para condenarnos a semejante martirio? ¿Qué habíamos hecho para merecernos
semejante calvario? Mi respiración se entrecortaba, escuchaba mis latidos. Se
suponía que alguien debía auxiliarnos.