Ya instalado
en mi caverna, suspiraba aliviado, finalmente había hallado la llave que
cerraba la puerta del sótano. Por esas cosas de la puta vida estaba rota la
cerradura, pero el hallazgo disipaba mis dudas. Rita contaba con un nido: una
sartén de mi cocina atiborrada de trozos de algodón que poco tiempo antes
rellenaban el almohadón de mi lecho. ¡Qué malparida, la araña apaleada había
destrozado mi dormitorio! Por culpa de esas chatarras todo un país se había
visto forzado al desarraigo. Era un espanto. Cerrando los ojos me echaba en el
colchón que me servía de cama, con el bate rozando mi antebrazo por si acaso
las campanillas me hacían sufrir un sobresalto.