Anochecía. La
herida no cicatrizaba. La sangre había manchado mi pantalón. No me importaba,
si mi muslo lucía como una morcilla y me ardía, en demasía. Encima me había
quedado dormido y mi pierna se pudría, en la pesadilla. Asimismo se desprendía
al dar los primeros pasos por la cocina. ¡Qué horror! Estaba turbado. En la
herida sentía los latidos. El tajo medía varios centímetros. Necesitaba un
médico que me asistiera o un maldito nosocomio para arreglármelas por mi
cuenta. La mochila ya estaba lista. La moto y el bate, también. Faltaba cargar
a Rita en algún lugar y circular por las calles de la ciudad con destino
directo al hospital. Tenía que recorrer no menos de tres mil metros. Demasiada
peligrosidad. Las calles estaban oscuras, al menos en mi cuadra. Necesitaba
recuperar el vigor. Se trataba de mi pierna o la perdición.