4:30 de la
mañana. La maldita araña no se hartaba de arrasar mis pertenencias. No cesaba,
me daba vuelta la casa. ¿Qué buscaba? Teníamos suerte, hasta el momento no
había detectado la presencia del sótano. Ya estaba exhausto. De todas formas no
podía cerrar un ojo. Mucho menos entregarme a esa cosa desgraciada. En mis
manos sudadas percibía los tembleques de la paloma. Estaba asustada. Apenas un
haz de luz descendía por la escalera y me dejaba ver qué pasaba del otro lado. Los
desplazamientos de la chatarra indicaban que mi cocina estaba siendo devastada.
Si accedía a la planta baja primero tenía que atravesar el lavadero. Frente a
mis ojos cansados estaba la estantería. Del estante superior sobresalía el
mango de un bate. Sin soltar la paloma me incorporaba para cogerlo. De más está
decir que no tenía pensado jugar al béisbol.