La araña yacía
en el fondo del patio. Esa misma noche la había enterrado. Ningún drone había
avistado mi rol de sepulturero. Por las hendijas de la persiana había advertido
que las arañas se habían multiplicado. En cuestión de minutos había contado 25.
No era matemático pero si en tan poco tiempo habían circulado tantas, bien
podía deducir que mi ciudad había sido tomada. Tenía que ser cauto. La araña
aniquilada me había arruinada la casa. Todo estaba destrozado, excepto los
espejos. Tal vez le agradaba mirarse. En el patio había hallado una barra de
acero, la había usado para trabar la puerta de acceso, ofrecía resistencia y
además podía darme tiempo para esconderme en el ambiente subterráneo.