A las once en
punto ponía en marcha el motor. En mi espalda cargaba la mochila. Llevaba el
bate en su interior. Lentamente partíamos. Rita viajaba en una panera que había
fijado en el manubrio para la ocasión. Estaba nervioso, pero mi muslo
necesitaba sanar. Reinaba la oscuridad. Había ramas por todos lados, muchas
echadas sobre la cinta asfáltica. Más que nunca tenía que circular con
precaución. Algunos árboles estaban caídos. Al igual que la mía muchas casas
habían sido demolidas. Las máquinas estaban destruyendo la ciudad. Todas las
calles estaban desoladas. Ni siquiera había arañas con inteligencia artificial.
A unas cinco cuadras de casa me detenía. No podía continuar la travesía sin
antes explorar el hogar de mi novia desaparecida.