La mañana
siguiente transcurría con absoluta tranquilidad hasta que otro aparato invadía
mi hogar, otra araña mecánica con sigilo se adentraba en mi propiedad pero no
rompía nada. Yo la espiaba, conteniendo la respiración, desde la escalera que
conducía al sótano, entre las tantas campanillas que colgaban de las tanzas y
que me brindaban ciertas dosis de seguridad. Un movimiento torpe podía avivar
su curiosidad, por lo que permanecía quietito cual pinturita. La máquina
desgraciada se retiraba tras unos breves pero tortuosos minutos de inspección. No
había ordenado nada, todos los muebles seguían en el mismo estado en que la
otra araña los había dejado. Hasta un visitante humano podía deducir que aquella
casa estaba deshabitada, pero casi me hice pis encima. Tal vez necesita un
pañal, o pensar seriamente en abandonar mi endeble hogar.