La máquina
devenida en insecto invadía mi sótano. Con las patas delanteras corría la
puerta. Yo lo observaba desde mi escondite, incrédulo. Se había detenido, como
si persiguiera inspeccionar el ambiente. Parecía un oso hormiguero olfateando
el paradero de su presa. Todavía no me sentía un insecto. Me desesperaba
perderlo de vista. Agudizando los oídos lograba rastrear sus movimientos lentos.
Se dirigía a nosotros. Con el bate en mis manos me iba parando. De pronto expulsaba
un chirrido frenético. Todas las cajas caían al suelo. De un batazo castigaba
su cuerpo maléfico. Rita reaccionaba volando. Se chocaba las paredes. La araña
intentaba ponerse de pie. Mi bate destrozaba sus patas delanteras. Finalmente se
desplomaba en el suelo, había aniquilado aquella cosa dantesca. En la pared
colgaba mi pala. Tal vez podía usarla para enterrar sus restos. Otro aparato
podía hallarla y tal vez vengar su aniquilamiento. Tenía que esperar que
anocheciera. El cielo estaba plagado de máquinas aéreas.