Unas horas
después oía estruendos. Provenían de la calle. Con los ojos puestos en la
persiana de mi habitación advertía la presencia de dos arañas mecánicas. Se
estaban enfrentando en el centro de la cinta asfáltica, a unos cinco o seis
metros de mi ventana. Parecía una riña de gallos. En la otra acera había una
araña, pero no participaba, tan solo se limitaba a presenciar el enfrentamiento
violento cual apostador a la espera de su premio. Curiosamente era menos
corpulenta pero presentaba más patas. De pronto una de las arañas caía rendida
en la cinta asfáltica mientras la otra perforaba su cuerpo con una lanza. En
esos instantes un drone sorprendía desde la nada para clavar sus garras
metálicas en la plataforma de la araña victoriosa. Retomaba su vuelo para llevársela.
No entendía nada. Estaba condenado a padecer los días entre cuatro paredes
subterráneas.