Tenía que
salir del hospital. En la mochila llevaba jabones neutros, unas cuantas gasas y
los tan ansiados antisépticos. No había hallado medicamentos que lograran
calmar mis constantes jaquecas. Sigilosamente recorría el pasillo. No tenía que
hacer ruidos, caso contrario las hormigas podían forzarme a una cirugía sin
anestesia. En buen momento subía por la escalera. No quería usar el ascensor.
Cada escalón era una odisea. Nuevamente en la planta baja regresaba a la
oficina que había posibilitado mi ingreso al hospital. Manoteando el picaporte
de la puerta levantaba mi bate por si acaso me sorprendía otra rareza. Para mi calma
no había nada. El velador seguía encendido, la araña apaleada en el mismo sitio
donde la había ocultado. Respirando hondo traspasaba la ventana para volver a rodear
el establecimiento. Por segunda vez tenía que cruzar la avenida.