domingo, 28 de febrero de 2016

DRONES, LA INVASIÓN (EPISODIO #76)


Sin destino, circulábamos. Tomábamos una calle, y luego otra, como si alguien tuviera que perdernos de vista. Para nuestra calma la soledad nos escoltaba. No había drones. Tampoco aparatos terrestres. La ciudad había sido arrasada. Eran pocas las edificaciones que no habían sido derribadas. Y amanecía, los primeros rayos solares aterrizaban, demostrando que el amanecer seguía siendo majestuoso. Teníamos que refugiarnos. Extenuado, detenía la moto frente a un templo católico. Sin bajar de las motocicletas subíamos por una rampa que conducía a la puerta principal. Con la moto encendida, caminaba un par de metros hasta llegar a la puerta y comprobar que podía ser atravesada. Despacio, nos adentrábamos por la nave principal, entre dos columnas de filas de bancos que a su vez eran sucedidas por naves laterales. Curiosamente todas las luces estaban encendidas, como si una ceremonia hubiese sido interrumpida. No había destrozos, tal vez un poco de polvo. En absoluto silencio acortábamos distancia con el altar, por un piso alfombrado en perfecto estado. Al llegar al altar descubríamos que en el piso había un cristo de mármol, de unos dos metros de alto. Alguien lo había bajado de la cruz. Le faltaba la pierna derecha. También el brazo izquierdo. En su reemplazo había un aparato, ¡estábamos en presencia de un drone crucificado! Perplejo, la miraba a los ojos. “A menos que quieras enviarlo al infierno, deberíamos retirarnos”, le decía, molesto. Sin persignarnos nos alejábamos, con el mismo desarraigo que padecía el crucifijo.