Las
náuseas no cesaban de mortificarme. Agobiado vomitaba en el interior de una
bolsa plástica. Estaba tan nervioso que buena parte del vómito había terminado en
mi brazo. Rita revoloteaba. No podía calmarla. El aparato era espeluznante.
Para nuestro bienestar se estaba alejando. Tras su paso demolía todos los
obstáculos. Imaginen un cuadrúpedo gigante, con cuerpo de elefante, cogote de
jirafa y cabeza de anaconda, de unos veinte metros de alto, tan negro como la noche,
circulando por las calles desiertas. Ni en la peor de mis pesadillas podía
soñar semejante cosa inmensa. Y eso que no había podido confirmar si presentaba
una cola. ¿Quién lo había creado? Esas cosas no se reproducían, ¿o acaso copulaban?
Claramente había gato encerrado, y no me refiero a Astor. ¿Dónde estaba el gato?
Suponer que un aparato lo había lastimado me helaba la sangre. Necesitaba
buscar algo que me sirviera de rampa. Ante una urgencia mi moto tenía que circular
por la escalera.