martes, 9 de febrero de 2016

DRONES, LA INVASIÓN (EPISODIO #59)


Escalón por escalón, comenzaba a salir de mi sótano, encantado por los rechinantes maullidos del gato. Era Astor, como un puma se había parado en el escalón superior por encima de unos escombros. Al ver que me aproximaba se quedaba tieso. No se movía pero me observaba, con esos ojitos brillosos que me dejaban sin aliento. Tras superar el quinto escalón detenía mis pasos, hechizado por sus ojazos enigmáticos. No quería intimidarlo, entonces me arrodillaba despacio, a unos cinco metros de sus patas, mientras él levantaba las orejas y ronroneaba, tal vez incitándome al contacto. Yo no sé si estaba alucinando pero ese gato intentaba transmitirme lo mucho que nos necesitábamos. De hecho no se retiraba. Con mucha delicadeza apoyaba las manos en el siguiente escalón, siempre arrodillado, como alabándolo. La tenue llovizna me hacía cosquillas en la espalda. También en los brazos. El olor a tierra mojada me hacía recordar la infancia. Era mágico lo que estaba experimentando. Después de mucho tiempo volvía a tener contacto con un animal de cuatro patas. Astor y yo, por primera vez a solas, intercambiando nuestras miradas, pero de pronto caía un rayo y el gato huía espantado. Me había quedado arrodillado, maravillado por lo que había atravesado, como si hubiera visto un marciano. Presentía su retorno. Mi casa le pertenecía pero tenía que proteger a Rita, al igual que yo el gato comía lo que podía.