Entre
unos cascotes del tamaño de mi cabeza había un pozo. Unos escalones
polvorientos me indicaban que en aquel hoyo estaba mi sótano. No quería
remolcar la moto sin antes echarle un vistazo. Mi ambiente subterráneo seguía
intacto. Sonreía. Estimaba no más de media hora para que finalmente amaneciera.
Mi pierna parecía una morcilla pero había valido la pena tanto sacrificio.