Una
nueva mañana me arrancaba los primeros bostezos. La leche líquida seguía
intacta en el plato plástico que generosamente le había servido al gato. No me
preocupaba, mi lengua tenía pensado degustarla. Había drones por todos lados.
Ya formaban parte del entorno. El calor sofocante anulaba mi ánimo. Me sentía
solo en una República donde la soberanía era cosa del pasado. No iba a
entregarle mi sótano a esos despiadados. Había perdido la cocina. También el
baño. Los tiranos habían derribado mi casa pero mis convicciones no se
quebraban. Estaba decidido a resistir. Algún día todo volvería a ser como
antes, o no, porque yo no sería el mismo muchacho del pasado. Necesitaba ese
gato. Otra vez lo había visto gateando. La sangre blanca no lograba captarlo. Me
veía forzado a preparar una fogata para cocinarle algo. Tan solo contaba con
una bolsa de arroz y algunas conservas enlatadas. ¿Cómo podía seducir su olfato?
Me urgía domesticarlo. Tal vez podía rechazar mi próximo plato. No importaba, tras
el almuerzo seguía la cena sagrada. Estaba algo cansado pero era un tanto artero.