Eran
las seis de la tarde. Había refrescado. La temperatura rondaba los veinte grados.
El gato no daba señales de vida. Acababa de cerrar la puerta del sótano. Me
sentía mareado. Tenía el estómago revuelto. No me había intoxicado por comer
alimentos en mal estado. Un nuevo temblor sacudía mi sótano. Mis manos
temblaban como si padeciera Mal de Parkinson. ¡Qué horror! Oía el derrumbe de
algo voluminoso. Tal vez de un edificio. Sentía los latidos en mis oídos. Pocas
veces había tenido tanto pánico. Asomándome por la puerta veía algo dantesco:
un aparato inmenso circulaba a pocos metros de mi terreno. No quiero exagerar
pero aquella cosa era más alta que los árboles de las veredas. Para que se
hagan una idea de cuán grande era, en la otra cuadra había una casa, presentaba
un piso y aquella bestia superaba su chimenea. El monstruo metálico tenía
aspecto de dinosaurio. Era lo más parecido a un Argentinosaurus, el animal
terrestre más grande del que se tenga conocimiento. Mis brazos estaban
erizados. Tenía ganas de vomitar.