Bajando
por el mismo lugar advertía la presencia del drone aislado. El desgraciado
aparato ocupaba toda la rampa y ascendía volando. Maniobrando hacia mi derecha
evitaba el impacto. En un abrir y cerrar de ojos descendíamos por la escalera,
siempre motorizados. Había reaccionado a tiempo pero aquellos escalones podían rompernos
los huesos. En buen momento circulábamos por la sala. Mi moto estaba en buen
estado y yo me sentía Fangio. Aquel aparato alado seguía nuestros movimientos. Yo
no hacía otra cosa que acelerar y conducir con los ojos bien abiertos. La sala
de cine se había convertido en una trampa nefasta. La puerta que conducía al
hall seguía abierta. Poco después de atravesarla clavaba los frenos. Si no trababa
la puerta nuestras vidas peligraban. Me estaba acostumbrando a los riesgos.
Agitado, me apresuraba para cerrarla. Una profunda sensación de alivio recorría
mi cuerpo al hallarle una traba. De pronto se oía un estruendo. Todo parecía
indicar que el drone había impactado con la puerta en sus ansias de vernos
muertos. Desesperado subía a la moto. Había más aparatos y el cine ya conocía
de finales trágicos.