sábado, 13 de febrero de 2016

DRONES, LA INVASIÓN (EPISODIO #61)


Dos días después volvía a llover. Un nuevo mediodía me incitaba a meter algún alimento en mi estómago hambriento. Bostezaba, se los había dado al gato. Tal vez era la tarde. Si a veces perdía la noción del espacio, imaginen lo que podía sucederme con el tiempo. Estaba sentado en la escalera, con la espalda apoyada en la rugosa pared, cortándome las uñas de los pies, a metro y medio de la puerta que daba con el sótano. Astor no reaparecía, pero en el cielo irrumpía un avión negro. Volaba a mucha altura. No estaba alucinando. Me había quedado atónito. Entusiasmado, comenzaba a subir la escalera. Mi mirada pasmada no se despegaba de aquel objeto en movimiento que con mucha prisa surcaba el cielo. Finalizada la escalada, tropezaba con un escombro. Mi codo derecho había salido ileso. Me paraba. En todo caso me incorporaban las esperanzas. Alzaba los brazos. Por momentos enviaba saludos de manos demostrando lo mucho que estaba echando de menos a los seres humanos. Brincaba de alegría. No me importaba que mis axilas olieran feo. El avión seguía circulando y con su fugaz paso giraba mi cuerpo para no dejar de contemplarlo. Con mis manos cansadas sujetaba mi cráneo, rechazando la tentadora idea de ir en busca de mi moto para no perderle el rastro. Había parado de llover. El solo hecho de estar a la intemperie representaba un gran riesgo. Los pájaros habían sido suplantados por aparatos alados. El avión se perdía de vista entre unos edificios muy altos. Desaparecía. Llorisqueando como un niño aflojaba las piernas para arrodillarme en el suelo. El filo de un cascote me lastimaba la pierna. Recordaba a mis seres queridos. ¿Había sido testigo de un avión de reconocimiento? No lo sabía pero me sentía agraciado. De todos modos el destierro era indeseado. Ni siquiera era un mal necesario. Tenía pensado resistir hasta tanto los aparatos fuesen exterminados. Nuestro planeta no se merecía semejante calvario. El hábitat natural de esas porquerías era el sofocante Mercurio. De más está decir que los quería ver derretidos. Acongojado, regresaba a mi sótano.