A paso ligero atravesábamos un pasillo estrecho. De pronto
nos deteníamos, en algún lugar de la casa el techo había cedido. Nos mirábamos,
pávidos de miedo, pero de inmediato seguíamos huyendo. En el fondo del pasillo
había una puerta. Traspasándola nos adentrábamos en el garaje. Había olvidado
la mochila con todas mis pertenencias, también que tenía poca batería mi moto
eléctrica. Corriendo una funda Sofía exhibía su motocicleta. Se acercaba al
portón de madera. Quitaba el barrote y dándole una patada lo abría. ¡Subite a
la moto!, me ordenaba mientras subía a la suya y se colgaba a los hombros una
mochila. No soltaba la escopeta. Temiendo que no arrancara subía a mi vehículo
de dos ruedas. Había acomodado el gato entre mis ropas y la entrepierna. Seguía
llevando a Rita en la mano derecha. Suspiraba, la batería tenía energía. En ese
ínterin se oía otro estruendo. El miedo me calaba hasta los huesos. En buen
momento avanzábamos hacia la calle oscura y desierta.