La
luz del alba me mostraba algo impensado: mi casa no era más que un montículo de
escombros, todos apilados. Tenía ganas de llorar, tantos años invertidos en
ladrillos para que unos desalmados aparatos me dejaran sin hogar. Esos
despiadados estaban arruinando mi vida. Los odiaba, pero si amanecía y no nos
escondíamos era nuestro final. Tal vez mi sótano había resistido a la demolición.
Teníamos que localizar su ubicación.